Esta mañana han venido una madre
y sus dos hijos pequeños a visitar a su tío Aurelio, recientemente fallecido
tras ahogarse en el fondo de un pozo al tratar de rescatar a una gallina. La
visita ha durado poco, ya que según he podido escuchar, los niños tenían que ir a clase de inglés en
media hora, a conservatorio una hora más
tarde, y a la escuela de fútbol después, saliendo justo para ir a cenar, cepillarse los
dientes y acostarse una ocho o nueve horas, hasta el momento de despertarse
para ir durante siete horas a la escuela, y vuelta a empezar. Es gracioso como
los padres piensan que así preparan a sus hijos para el día de mañana, cuando
en realidad los preparan para sufrir infinidad de enfermedades nerviosas,
neurológicas o cardiovasculares durante la edad adulta, o para crearles traumas
que acabarán conduciéndoles tarde o temprano a un restaurante de comida rápida
con una escopeta en la mano.
Debo decir que desde que estoy
muerto, me tomo las cosas con mucha más calma. Sí, ser un fiambre te ayuda a
ver las cosas desde otra perspectiva, y resulta todo un espectáculo ver como os
movéis continuamente de aquí para allá, como si vuestras constantes prisas
fueran a conseguir retrasar la hora de vuestra muerte, y no digamos ya hacer de
vuestra existencia un periodo más placentero. Siempre me he preguntado porque moverse continuamente de un lado a otro se le llama “vagar”, tan parecido a
“vaguear”. Vais demasiado ocupados como para pararos a pensar que la gente que
se ocupa de haceros ir sin parar de aquí para allá suelen estar cómodamente
repantigados en un sofá, esperando que traigáis ordenadamente las miguitas de
pan al hormiguero. ¿Cómo podemos solucionar, en la medida de las posibilidades
de cada uno, esa situación? Tranquilos, el viejo Mortis acude al rescate con
una serie de sencillos consejos:
1-
Desterrad de vuestra mente la palabra “vago/a”, sin
duda inventada por la gente que está repantigada en el sofa esperando que les
llevéis las miguitas de pan. La inventaron para que os sintieseis culpables por pasároslo bien en lugar de invertir ese tiempo en ir haciéndoles aún más ricos, así que ya podéis ir olvidándola. A partir de ahora sois
Meditadores Contemplativos. ¿A qué mola más?
2-
Pensad que, en realidad, hay muchos grandes avances de
la humanidad que han sido conseguidos por gente que no estaba haciendo nada en
absoluto. Ahí voy con dos sencillos ejemplos: ¿Qué estaba haciendo Newton
cuando descubrió la ley de la gravedad? Exacto, rascándose la huevada durante
una buena siesta bajo un manzano. ¿Cómo descubrió Arquímedes su famoso
principio? Pues sí, tumbado en la bañera dándose uno de esos baños de horas y
horas que te dejan la piel como una pasa. Podría seguir con más ejemplos, pero
se me está haciendo tarde para echarme la siesta, así que abreviaré: Sí queréis
hacer avanzar a la humanidad, no hagáis nada en absoluto. Puede que no
consigáis ningún descubrimiento significativos que inscriba vuestro nombre en
los libros de historia, pero por lo menos os sentiréis mucho mejor después de
estar un buen rato tumbados, y en cualquier no habréis perjudicado a nadie, lo
cual, en si mismo, ya es toda una aportación.
3-
Si aún seguís teniendo cargo de conciencia, acudamos entonces a
sabias eminencias literarias que os argumentarán mi razonamiento
con bastante más profusión y ganas que las mías. Sí, amig@s, se han escrito
grandes tratados sobre la vagancia y la ociosidad. Ahí van algunos: “Elogio de
la Pereza”, de Tom Hodgkinson. “Elogio de la ociosidad”, de Bertrand Russell.
“Teoría de la clase ociosa”, de Thorstein Veblen. “Un vago, dos vagos, tres
vagos”, del Gran Wyoming (por expreso deseo del autor, este libro debe leerse
tumbado).
4-
Bien, una vez liberados de toda culpa, y debidamente
adoctrinados, ya solo queda crear un ambiente confortable para entregarnos
profusamente y sin reservas a la holganza. En caso de que no tengas un buen
prado soleado a mano, amenaza de muerte a tus vecinos erasmus, y cuelga un
cartel de “Cuidado con el perro, yo no pago el entierro” en la puerta de tu
habitación. Olvida la televisión (las sobredosis de miedo no son buenas
compañías). Luz de velas, y música agradable, pues, ¿que mejor compañía que la
de esos grandes profesionales del ocio que son los músicos? Y entonces, ¡ale hop! A meditar sobre lo humano y lo
divino hasta que te quedes frito, aunque acuérdate antes de apagar las velas,
no vayamos a tener una desgracia. Por aquí en el cementerio ya comenzamos a andar un poco apretados.
¿A que es fácil? Quién se reserva
un espacio diario para relajarse un buen rato, es mucho menos propenso a que
políticos y banqueros cabrones le acaben amargando la existencia, y tengan que
acabar atiborrándose de ansiolíticos, para acabar enriqueciendo por otra parte
a la industria farmacéutica, otros ilustres cabronazos. No esperéis más
recompensa que la de sentiros bien con vosotros mismos, lo cual no es poco, y
recordad las palabras de esos grandes maestros del pensamiento como son, por un
lado, los Luthiers, con “Bienaventurados los que nada esperan, pues no serán
defraudados”, y por otro, de Homer Simpson, con “Sí no haces nada, no hay
ninguna posibilidad de que nada salga mal”. Y después de este titánico esfuerzo
intelectual por mi parte (esfuerzo intelectual que en este país no solo está
poco reconocido, sino incluso mal visto), me retiro a tumbarme un buen rato.
Hasta más ver.