Aquí en el cementerio uno tiene
que espabilar para entretenerse, y a lo largo del año no es que pueda uno
distraerse demasiado con los visitantes más allá de fechas concretas como el
día de todos los Santos, y algún que otro momento puntual. Además, desde que se
extendió la moda de las incineraciones, es mucho peor. Uno de los escasos momentos de diversión es
meterse en la caseta del guarda nocturno cada vez que no puede zafarse de los
constantes requerimientos de su mujer, cuya foto de carnet es panorámica, para
que cumpliese con el débito conyugal. Además, estas insoportables sesiones de
acoso y derribo se han visto notablemente incrementadas desde que la señora se
halla enfrascada en la lectura de las dichosas sombras de Grey de los cojones.
Pobre hombre.
Aquella noche fue uno de mis vecinos, Juan
Manuel Espárrago Trigero, quien vino a mi tumba a despertarme para decirme que
no había moros en la costa, y nos dirigimos prestos a la caseta. Un buen tipo,
Trigero, aunque prueben a compartir eternidad con un tipo que murió por
triquinosis. Una vez en el puesto de guardia, nos repantigamos en el sofá en
que el ilustre guardián de nuestro reposo eterno, simpre vigilante ojo avizor,
se echaba unas siestas de órdago, y procedimos a ver la película de la semana
en TVE, aún teniendo que resignarnos a los histéricos y desaforados gemidos de
placer de Dª Paca, y de los aterradores y desesperados gritos de socorro de su
marido. El ente público, fiel a la programación de calidad y de total
compromiso con el telespectador que había implantado desde el pasado cambio de
gobierno, había programado una película de estreno de hace cincuenta años.
Película a la que tuvimos que esperar que terminar la edición nocturna del
telediario, en la que se nos informó de que la monarquía goza de una salud
envidiable y aceptación popular sin precedentes, de que el partido socialista
es culpable de todos los males, pestes y plagas bíblicas desde los tiempos del
diluvio universal, y, además, de que los catalanes se comen a la gente. Una vez
nutridos de información veraz, objetiva e imparcial, procedimos a dar paso a la
última del John Wayne, del cual, si está de tan rabiosa actualidad en
cartelera, no nos explicamos porqué hace tiempo que no estrena ninguna nueva. Estará
al caer, sin duda.
Algo que Juan Antonio nunca se explica es mi
incapacidad patológica de aguantar despierto más de veinte minutos cuando me
dispongo a visionar una peli en horario nocturno bien apalancado en mullido y
cómodo sofá. Ya me pasaba estando vivo, y por lo que puedo recordar, no era el
único con semejante problema. Según creo, somos miles, millones tal vez
desparramados a lo largo y ancho del planeta. Así que quiero aprovechar para
realizar un llamamiento a los responsables de los grandes estudios hollywodienses,
a los gestores de la cada vez más boyante industria india del cine, y también,
por supuesto, a los grandes magnates del cine español, aunque a estos últimos
me dirijo con la mayor humildad, seguro de que no necesita ningún consejo dado
su tradicional aclamación por parte de crítica y público, y de ahí su
estratosférico éxito de taquilla. Queridas mentes pensantes del cine, déjense
de hostias con los remakes y secuelas varias. Créanme, hay un amplio sector de
público potencial que todavía, incomprensiblemente, no han explotado: el de
aquellas personas que, irremediablemente, nos quedamos fritas a los veinte
minutos de película. Así que, ¿Porqué no hacer películas donde toda la trama se
plantee y resuelva durante los primeros veinte minutos de peli? Luego, si
quieren, pueden añadir un montón de metraje donde incluyan tiros, hostias,
explosiones, sexo, chistes malos, y todo lo que les de la gana, por eso de que
les dejen concursar en grandes festivales y pescar subvenciones. Puedo
sustentar mi teoría con ejemplos prácticos. Piensen en “Titanic” (11 Oscars).
¿Qué es lo único que mola de las casi cuatro hora de película no aptas para
diabéticos? Exacto, los veinte minutos finales, cuando el barco se va al carajo
y Di Caprio la palma (¡¡die, fuckin’ baby face, die!!). Y sin ir más lejos,
pensemos en el reciente estreno de “Zero Dark Thirty”, basada en la caza de Bin
Laden. ¿Realmente hacen falta casi tres horas de metraje para una historia cuyo
final ya conocemos? Podría seguir aportando ejemplos, pero me parece que ya han
captado el mensaje, ¿verdad? Así que por favor, no titubeen en dar inicio a
esta nueva modalidad cinematográfica, seremos millones, vivos y muertos, los
que les estaremos eternamente agradecidos.
Hallábame absorto en estas
profundas meditaciones, a ronquido pelado, cuando Trigero me despertó
arreándome un capón que hizo que se me desprendiese media nariz y la oreja
derecha. Así me hacía saber que el guardia regresaba a la garita, y aun desde
lejos pudimos apreciar un desencajado rictus de terror que nos provocó
escalofríos. Recogí nariz y oreja al retortero, y sigilosamente entre las
sombras, regresamos cada uno a nuestro nicho, hasta más ver.
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