lunes, 28 de enero de 2013

Lo más vital


Esta mañana han venido una madre y sus dos hijos pequeños a visitar a su tío Aurelio, recientemente fallecido tras ahogarse en el fondo de un pozo al tratar de rescatar a una gallina. La visita ha durado poco, ya que según he podido escuchar,  los niños tenían que ir a clase de inglés en media hora,  a conservatorio una hora más tarde, y a la escuela de fútbol después, saliendo justo para ir a cenar, cepillarse los dientes y acostarse una ocho o nueve horas, hasta el momento de despertarse para ir durante siete horas a la escuela, y vuelta a empezar. Es gracioso como los padres piensan que así preparan a sus hijos para el día de mañana, cuando en realidad los preparan para sufrir infinidad de enfermedades nerviosas, neurológicas o cardiovasculares durante la edad adulta, o para crearles traumas que acabarán conduciéndoles tarde o temprano a un restaurante de comida rápida con una escopeta en la mano.

Debo decir que desde que estoy muerto, me tomo las cosas con mucha más calma. Sí, ser un fiambre te ayuda a ver las cosas desde otra perspectiva, y resulta todo un espectáculo ver como os movéis continuamente de aquí para allá, como si vuestras constantes prisas fueran a conseguir retrasar la hora de vuestra muerte, y no digamos ya hacer de vuestra existencia un periodo más placentero. Siempre me he preguntado porque  moverse continuamente de un lado a otro se le llama “vagar”, tan parecido a “vaguear”. Vais demasiado ocupados como para pararos a pensar que la gente que se ocupa de haceros ir sin parar de aquí para allá suelen estar cómodamente repantigados en un sofá, esperando que traigáis ordenadamente las miguitas de pan al hormiguero. ¿Cómo podemos solucionar, en la medida de las posibilidades de cada uno, esa situación? Tranquilos, el viejo Mortis acude al rescate con una serie de sencillos consejos:

1-      Desterrad de vuestra mente la palabra “vago/a”, sin duda inventada por la gente que está repantigada en el sofa esperando que les llevéis las miguitas de pan. La inventaron para que os sintieseis culpables por pasároslo bien en lugar de invertir ese tiempo en ir haciéndoles aún más ricos, así que ya podéis ir olvidándola. A partir de ahora sois Meditadores Contemplativos. ¿A qué mola más?

2-      Pensad que, en realidad, hay muchos grandes avances de la humanidad que han sido conseguidos por gente que no estaba haciendo nada en absoluto. Ahí voy con dos sencillos ejemplos: ¿Qué estaba haciendo Newton cuando descubrió la ley de la gravedad? Exacto, rascándose la huevada durante una buena siesta bajo un manzano. ¿Cómo descubrió Arquímedes su famoso principio? Pues sí, tumbado en la bañera dándose uno de esos baños de horas y horas que te dejan la piel como una pasa. Podría seguir con más ejemplos, pero se me está haciendo tarde para echarme la siesta, así que abreviaré: Sí queréis hacer avanzar a la humanidad, no hagáis nada en absoluto. Puede que no consigáis ningún descubrimiento significativos que inscriba vuestro nombre en los libros de historia, pero por lo menos os sentiréis mucho mejor después de estar un buen rato tumbados, y en cualquier no habréis perjudicado a nadie, lo cual, en si mismo, ya es toda una aportación.

3-      Si aún seguís teniendo cargo de conciencia, acudamos entonces a sabias eminencias literarias que os argumentarán mi razonamiento con bastante más profusión y ganas que las mías. Sí, amig@s, se han escrito grandes tratados sobre la vagancia y la ociosidad. Ahí van algunos: “Elogio de la Pereza”, de Tom Hodgkinson. “Elogio de la ociosidad”, de Bertrand Russell. “Teoría de la clase ociosa”, de Thorstein Veblen. “Un vago, dos vagos, tres vagos”, del Gran Wyoming (por expreso deseo del autor, este libro debe leerse tumbado).

4-      Bien, una vez liberados de toda culpa, y debidamente adoctrinados, ya solo queda crear un ambiente confortable para entregarnos profusamente y sin reservas a la holganza. En caso de que no tengas un buen prado soleado a mano, amenaza de muerte a tus vecinos erasmus, y cuelga un cartel de “Cuidado con el perro, yo no pago el entierro” en la puerta de tu habitación. Olvida la televisión (las sobredosis de miedo no son buenas compañías). Luz de velas, y música agradable, pues, ¿que mejor compañía que la de esos grandes profesionales del ocio que son los músicos? Y entonces,  ¡ale hop! A meditar sobre lo humano y lo divino hasta que te quedes frito, aunque acuérdate antes de apagar las velas, no vayamos a tener una desgracia. Por aquí en el cementerio ya comenzamos a andar un poco apretados.

¿A que es fácil? Quién se reserva un espacio diario para relajarse un buen rato, es mucho menos propenso a que políticos y banqueros cabrones le acaben amargando la existencia, y tengan que acabar atiborrándose de ansiolíticos, para acabar enriqueciendo por otra parte a la industria farmacéutica, otros ilustres cabronazos. No esperéis más recompensa que la de sentiros bien con vosotros mismos, lo cual no es poco, y recordad las palabras de esos grandes maestros del pensamiento como son, por un lado, los Luthiers, con “Bienaventurados los que nada esperan, pues no serán defraudados”, y por otro, de Homer Simpson, con “Sí no haces nada, no hay ninguna posibilidad de que nada salga mal”. Y después de este titánico esfuerzo intelectual por mi parte (esfuerzo intelectual que en este país no solo está poco reconocido, sino incluso mal visto), me retiro a tumbarme un buen rato. Hasta más ver.

1 comentario:

  1. Muy buena entrada, señor muerto. Como meditadora contemplativa o contempladora meditativa puedo asentir señor en que todos los que están ajetreados están más zombies que usted. Muertos en vida como decía Eliot: 'Ciudad Irreal, bajo la parda niebla de una madrugada de invierno un caudal de gentes vi pasar. Y siendo tantos, nunca pensé que la muerte llevara a tantos".

    ResponderEliminar